Hay debates que duran apenas un minuto, como en el que hay que escoger entre la tortilla con cebollas o sin cebolla, o los que se atreven a debatir si la pizza está mejor con piña o sin ella. Otros debates, sin embargo, llevan encarnizados durante toda la Historia de la Humanidad y seguramente sigan así, porque son irresolubles. Se puede debatir prácticamente de todo, desde religión hasta movimientos sociales, economía, deporte, arte… Y casualmente, vivimos en la época ideal para compartir ideas, gracias a esa maravillosa herramienta que se llama Internet. ¿Cómo es que el mundo no se ha convertido ya en un paraíso donde la gente abre su mente y acepta nuevas ideas? Pues porque partimos de la base de que el debate siempre va a estar limitado por nuestras propias opiniones. La mayoría no debate para aprender algo nuevo o entender al de enfrente, sino para demostrar que lleva razón.

Si además de todo eso hay debates donde se manipula desde los medios de comunicación, o desde diferentes lobbys, la cosa se pone aun más compleja. El feminismo, por ejemplo, es un movimiento que lleva mucho tiempo con nosotros, pero está viviendo un nuevo empuje en los últimos años. Se define como la búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres, siempre entendiendo que las mujeres están en una posición discriminada con respecto a los varones. La unidad del feminismo se basa precisamente en luchar contra esa discriminación, en buscar alternativas a la sociedad patriarcal en la que vivimos. Pero dentro de ese movimiento, que parece tan unido y sin fisuras, también hay debates internos, y bastante duros, habría que añadir. Hay parte del movimiento feminista que no mira igual a las mujeres trans que al resto de mujeres, provocando la ira de otro sector de ese mismo movimiento. Hay quienes piensan que la política puede ayudar a conseguir objetivos, y quienes prefieren luchar por su cuenta, sin fiarse del sistema. Y también está el debate sobre la prostitución, un oficio antiquísimo que para muchas es otra forma de explotación, y para otras tantas una manera de empoderarse.

Un trabajo muy antiguo

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Para nosotros, cualquier debate debe ir acompañado imprescindiblemente de argumentos. Por eso vamos a intentar ser lo más objetivos posibles a la hora de enmarcar esta disyuntiva. ¿Es la prostitución un trabajo que realmente haga bien a las mujeres? Se trata, sin duda, de uno de los oficios más antiguos que existen. Desde siempre hemos conocido a mujeres que se han entregado al sexo por dinero. En sus inicios, incluso, lo hacían algunas sacerdotisas, conocidas como prostitutas sagradas. La prostitución ha sobrevivido a miles de años de guerras, hambrunas, pandemias y todo tipo de problemas y persecuciones. Hoy en día se sigue dando en todo el mundo, con muchas mujeres obligadas y otras que lo hacen por pura necesidad… pero también por puro placer.

Mujeres esclavizadas, pero también libres

Dentro del debate, la parte que pelea por la abolición total de la prostitución siempre alude al mismo argumento: todas las prostitutas están esclavizadas. Es un argumento real, desde luego, y en todo el mundo hay redadas policiales para acabar con esa lacra que es la explotación sexual. Sin embargo, los estudios hablan de que muchas de las mujeres que se dedican a este tipo de trabajos lo hacen por su propia cuenta. No son esclavizadas ni obligadas por nadie, simplemente han encontrado una alternativa en el sexo profesional. En lugares donde el trabajo es complicado para las mujeres, donde apenas ganan un sueldo digno, tener mucho dinero gracias a la prostitución puede ser una buena solución para muchas. Siempre, por supuesto, que sea algo consentido por ellas mismas.

Incluso los países donde la prostitución está legalizada se persigue, como es obvio, la esclavitud de las chicas. De hecho, lo que se busca en esas naciones es arrojar más luz sobre un sector que normalmente está en un limbo alegal. ¿Vale la pena abolir la prostitución y dejar sin trabajo a tantas y tantas mujeres que lo hacen porque quieren o porque lo necesitan? ¿Se acabará así de verdad con la prostitución en el mundo? Los países donde las leyes contra la prostitución son más duras no han conseguido erradicarla por completo, solo ocultarla. Y esto, a su vez, ha afectado al eslabón más débil, las propias chicas que ahora quedan a merced de los proxenetas o de los propios clientes violentos. No hay derechos laborales, pero si una gran permisividad en estos casos. Y es que estas mujeres se encuentran solas, a pesar de haber elegido por sí mismas un trabajo que, para ellas, puede ser igual que cualquier otro, sin pensar en sesgos éticos o morales.

La visión dividida del feminismo

La misma disyuntiva que se presenta para muchos gobiernos nacionales a la hora de regularizar o no la prostitución está más viva que nunca en el feminismo. Si bien es cierto que la mayoría de integrantes de este movimiento entienden que el trabajo sexual siempre es forzado, sea o no obligado por un proxeneta, también hay opiniones que disienten. Estamos hablando siempre de prostitución en femenino porque al fin y al cabo, el 90% de las trabajadoras sexuales son mujeres, y casi el 100% de los clientes son hombres. Esto es una evidente balanza discriminatoria en contra de las mujeres, incluso de aquellas que ven como una opción real este trabajo.  ¿Por qué los hombres en la misma situación no se deciden a convertirse en chaperos o amantes profesionales? La visión patriarcal tiene mucho que ver con esto.

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En el feminismo también hay corrientes que se consideran más pragmáticas, y abren la posibilidad a que la prostitución sea un trabajo más, con todas las garantías para las chicas. Cuando una trabajadora sexual gane lo suficiente y esté segura, tenga derechos y sea una trabajadora más, la situación ya sí que estará al mismo nivel que en otros trabajos. Y la mujer, además, estará decidiendo sobre su propio cuerpo. Hay chicas jóvenes que comienzan en esto para pagarse la carrera, trabajan por su cuenta y solo con aquellos clientes que eligen. Toman todas las decisiones, y no se sienten mancilladas ni mucho menos sometidas por sus clientes ni por nadie. ¿Puede decir lo mismo una cajera, o una chica cualquiera que trabaja en una tienda donde sus jefes la tienen agotada?

Regularización del sector

El debate está en la calle, y no solo dentro del propio movimiento feminista. El sector de la prostitución podría traer mucho dinero a las arcas de los países donde se consume, si se regulariza, a través de impuestos. También se les daría mejores coberturas sociales y laborales a las millones de trabajadoras sexuales en todo el mundo. De paso, el sector podría ser investigado y se acabaría con esas redes de explotación, o al menos se le pondrían las cosas más difíciles. Los defensores de la abolición se quedan en sus trece y afirman que no se puede legalizar un trabajo que supone un sometimiento y una esclavitud total por una de las partes. Ahora todo está en manos de los gobiernos.